En este texto, Rita Eder sostiene que merece plantearse de qué forma el arte latinoamericano se puede distinguir del arte europeo, y apunta que eso mismo se ha hecho en varios momentos de su historia a través del desarrollo radical de maneras para integrar el arte al meollo de la sociedad. Eder comienza declarando la necesidad de abordar el problema de lo que constituye el arte y la cultura latinoamericanos, volviendo a narrar de qué forma, en el pasado, este problema preocupó a numerosos intelectuales y artistas latinoamericanos a principios del siglo XX tales como, por ejemplo, José Enrique Rodó en la literatura y José Clemente Orozco en la pintura. La autora señala que ha habido un reciente resurgimiento en torno al interés por esta pregunta y defiende que, en vías de abordarla, la principal tarea de los intelectuales es librar al arte latinoamericano de la dependencia en las teorías europeas sobre el arte que ponen énfasis en “el estilo”. Eder propone, por el contrario, que la nueva idea y concepción del arte latinoamericano debería basarse en la relación del arte con la historia social, argumentando que a esto le siguen nuevos modelos teóricos donde al carácter objetal de la obra se le valora menos y al proceso de producción y de exhibición del arte mucho más. Eder declara que, en Latinoamérica, a los artistas siempre les ha interesado la producción de arte que, de forma radical, entabla la participación del público y trata de fomentar cambios sociales. El origen de estas tendencias se puede trazar al muralismo y, actualmente (finales de la década de setenta), tienen una presencia particularmente fuerte en el arte producido en Latinoamérica.