Sérgio Buarque de Holanda analiza en este texto lo que considera como el aspecto fundamental del origen de la sociedad brasileña: los esfuerzos e iniciativas para importar la cultura ibérica a América. En el texto, Holanda nos recuerda que la península ibérica era una región “incierta” entre Europa y África y, por tanto, menos imbuida de carácter europeo, lo que dio como resultado una versión de feudalismo menos acusada. Este feudalismo más leve tuvo varias consecuencias, como la ausencia de una serie de sólidos valores burgueses, una actitud desdeñosa hacia el trabajo y una admiración de las cualidades personales intrínsecamente inactivas, en una tierra de hidalgos. Según el autor, a diferencia de los países protestantes que adoptaron una moral basada en el trabajo y en la producción, y en los cuales había alicientes para mantener el orden y ejercer la solidaridad, en la Península Ibérica la solidaridad solamente existía cuando aparecía vinculada a las afinidades personales, ya sea de amistad o bien en el ámbito doméstico. Carente de la organización necesaria para el correcto funcionamiento del trabajo, como en las sociedades protestantes, el principio unificador en los países vinculados a la Península Ibérica tenía que ser ejercido por una potencia externa. Por ello, la necesidad de contar con sólidos gobiernos se veía reflejada en las frecuentes dictaduras y el caudillismo. Según de Holanda, el único principio político verdaderamente sólido de las sociedades de cuño ibérico era el de la obediencia ciega, ejemplificada, más claramente, por las órdenes jesuitas. Para el autor, esta falta de principio organizador interno de la sociedad ibérica era la causa de la inestabilidad de Brasil. Holanda concluye: en base a todas estas pruebas, los brasileños tendrían mucho más en común con Portugal de lo que sus contemporáneos seguramente estuvieran dispuestos a admitir.