Desde sus inicios, el Centro de Arte y Comunicación (CAYC) liderado por el gestor, artista y empresario Jorge Glusberg se propuso como un espacio interdisciplinario que pudiera generar un movimiento de arte experimental. Para ello, la conformación de redes de colaboración entre artistas y críticos locales e internacionales fue fundamental. Las exposiciones hicieron visibles esos intercambios, en los que la presentación de panoramas de tendencias o artistas individuales era una oportunidad para conocer las novedades del arte contemporáneo internacional; o bien de dar a conocer artistas argentinos y latinoamericanos en la escena mundial.
Todos los interrogantes enunciados por Zabala en esta gacetilla se dan en el contexto de la exhibición Hacia un perfil del arte latinoamericano, inaugurada en las salas del CAYC (Buenos Aires, 22 de junio de 1972). Sin duda, es una de las primeras veces que el Centro utiliza ese título caracterizador de un “perfil” más allá de lo experimental. Sucede tras haber sido presentada la muestra en la III Bienal Coltejer en Medellín, en Colombia (aunque no aparece ese título en el catálogo) y en el Salón de la Independencia, Quito (Ecuador), ambas en mayo de ese mismo año.
Al anunciar la inauguración [ver GT-133 (doc. no. 1476312)], Glusberg señalaba: “No existe un arte de los países latinoamericanos, pero sí una problemática propia, consecuente con su situación revolucionaria”. Esto pone en evidencia un viraje en el discurso divulgado inicialmente por el Centro, el cual, en sus primeros años había enfatizado la relación a explorar entre arte y desarrollo tecnológico. No obstante, la exposición de Arte y cibernética acompañó a Hacia un perfil... en varias de sus presentaciones los años siguientes. Ahora, el rol del artista implicaría señalar “los conflictos generados por las injustas relaciones sociales que priman en los pueblos latinoamericanos”. La influencia del trasfondo dictatorial en la región era evidente.
Es en esa misma línea que Zabala se pregunta sobre el rol del arte. Lo hace tanto desde el punto de vista formalista y semiológico como de su innegable implicancia social en un contexto internacional de profunda desigualdad y crecientes tensiones políticas. Retoma la discusión sobre la autonomía del arte, que marcó los discursos de la modernidad, para abordar una temática de gran relevancia en el plano global, pero sobre todo en el local: su potencial revolucionario.
Zabala —un artista conceptual que por esos años usaba en su obra el sistema de representación de la cartografía— no figura entre los miembros originales del llamado “Grupo de los Trece”, aunque sí aparece como su “invitado” en la intensa agenda de muestras y actividades de 1972 en el CAYC; su incorporación oficial se daría en la segunda mitad de ese año.